[Conatus] El grito en el vacío: Gaza, Elias Rodríguez y la bancarrota de los justos


El grito en el vacío: Gaza, Elias Rodríguez y la bancarrota de los justos

México, 25 de mayo de 2025

Gaza arde. No como metáfora, sino como estructura. Arde con niños calcinados, con madres enterradas vivas, con hospitales colapsados, con cuerpos despedazados bajo la alta definición del espectáculo. Gaza no arde en secreto: arde en vivo. Arde en nuestros teléfonos, entre videos de recetas y rutinas de ejercicio. Arde con la complicidad de cada democracia occidental que financia, arma, calla o administra la muerte.

Y sin embargo, más que la masacre, escandaliza el que la interrumpe.

Elias Rodríguez no pidió permiso. No asistió a la próxima marcha permitida. No redactó el tuit correcto. No esperó a la elección de medio término. No convocó a la próxima asamblea. Actuó. Disparó. Irrumpió. No como símbolo, no como programa, no como mártir. Lo hizo porque todo lo demás ha fracasado. Porque la política es cadáver, y los rituales del izquierdismo son su velorio.

La izquierda institucional —partidaria, sindical, electoral, académica, identitaria— no lucha contra el genocidio: lo acompaña. Lo convierte en estética. Lo administra como denuncia ritual. Sus marchas no interrumpen nada. Sus discursos no enfrentan al poder: lo traducen en lenguaje inocuo. Sus programas —cada vez más numerosos, cada vez más estériles— se agotan como forma histórica. Ya no anticipan transformación: gestionan la ruina.

El izquierdismo no es ya una traición: es una forma muerta. Incapaz de interrumpir, incapaz de destruir, incapaz de inventar. Su indignación es de calendario. Su rebeldía, de protocolo. Mientras Gaza arde, las izquierdas del mundo afinan comunicados. Se indignan por turnos. Actúan como si estuviéramos en otro siglo. Como si la historia pudiera repetirse por voluntad. Como si el lenguaje desgastado de la revolución no fuera ya parte del mismo decorado civilizatorio que administra el exterminio.

Mangione habló de la voz de los que ya no pueden callar. Elias Rodríguez encarna esa voz quebrada que ya no acepta el lenguaje muerto de la protesta civilizada. Ambos son revolucionarios. No en el sentido clásico del término, sino como se está expresando la revolución en el siglo XXI: desde las grietas, desde los márgenes, desde actos que no caben en ningún protocolo político. No son mártires, no son héroes: son vindicadores. Figuras que interrumpen la normalidad asesina, que encarnan —con palabras, con actos, con quiebres— una lucha de clases más profunda, más subterránea, que sigue actuando incluso cuando ya no puede afirmarse como tal en las estructuras tradicionales.

Su presencia revela lo que muchos niegan: que las políticas clásicas de la izquierda, sus discursos, sus estrategias, sus lenguajes y sus símbolos, se están agotando poco a poco. No porque alguien las haya traicionado, sino porque ya no contienen la violencia real del presente. En vez de condenarlos, hay que escucharlos como síntomas de una historia que no ha terminado, de una lucha que sigue buscando formas allí donde todo parece clausurado.

¿Dónde está la huelga internacional por Gaza? ¿Dónde el paro global del transporte, de los aeropuertos, de las refinerías, de los sistemas logísticos que mueven armas y sangre? ¿Dónde el sabotaje organizado en los puertos que abastecen de misiles, drones, pólvora y cables a Israel? ¿Dónde están los ferroviarios que interrumpen el cargamento, los estibadores que se niegan a cargar muerte, los sindicatos que se levantan como antaño contra la guerra imperialista? ¿Dónde los boicots reales, los bloqueos materiales, los actos de desobediencia que rompen la cadena de suministros de la masacre?

¿Dónde están los trabajadores del mundo deteniendo la máquina? ¿Dónde las fábricas paralizadas en solidaridad con los bombardeados? ¿Dónde las universidades cerradas no solo por protesta simbólica, sino porque ya no se puede enseñar nada bajo el fuego? ¿Dónde el internacionalismo —ese que era acción, sabotaje, contrabando, clandestinidad, traición a la patria, deserción— y no espectáculo durante 24 horas?

No están.

Y esa ausencia es la que grita a través de Elias Rodríguez.

Su acto no es solo un gesto individual. No es producto de su biografía, ni de un error táctico, ni de una confusión emocional. Es la expresión directa de un vacío estructural. El de una humanidad desconectada de toda forma real de antagonismo. De una clase obrera que ya no se afirma, sino que sobrevive. De una política que solo gestiona cadáveres. De una solidaridad que ha sido sustituida por retórica.

En este paisaje clausurado, el acto de Rodríguez emerge como interrupción lúcida y consciente, no del sistema —que lo absorbe todo—, sino del lenguaje que finge resistirlo. Su disparo rompe con la escena completa: con la impotencia organizada, con la izquierda burocratizada, con las redes saturadas de empatía sin acción. Es una forma nueva de acción revolucionaria que no nace de la desesperación, sino del agotamiento histórico de las mediaciones. Como en Mangione, como en cada momento donde la política convencional no puede más, es la claridad radical la que se vuelve ruptura.

Cuando Elias Rodríguez gritó “¡Free Palestine!” al ser detenido, gritaba también contra el mundo entero. Contra quienes han normalizado la masacre. Contra quienes negocian con el verdugo. Contra quienes reducen el genocidio a cifras o slogans. Su acto no pide comprensión: exige verdad. Y esa verdad es insoportable para todos los que prefieren seguir simulando desde la comodidad del lenguaje inofensivo.

Lo monstruoso no fue su disparo. Lo monstruoso es que todo siga funcionando. Que Gaza siga ardiendo. Que los gobiernos progresistas sigan financiando armas. Que los sindicatos no detengan ni una sola máquina. Que las organizaciones de izquierda mantengan sus congresos, sus programas, sus consignas gastadas mientras el capital organiza la muerte en tiempo real.

Rodríguez no rompió la paz. Rompió el guión. Rompió la complicidad. Rompió el teatro.

Y por eso no se le perdona.

Free Palestine.

Editorial Conatus – Grupo de Traductoras Comunistas, fracción mexicana